Cómo reducir el tiempo en pantallas
El tiempo en pantallas viene siendo un tema rei...
Los invito a revisar conmigo esta idea de la autora Geneeh Roth; nunca se sabe cuándo algo puede cambiarnos la vida.
Este es mi primer post en mucho mucho tiempo y estoy muy emocionada. Y un poco oxidada. Esperaría que a alguien más le sume algo lindo a su vida, pero si en el peor de los casos no fuera así, a mí me da un espacio para rumiar un par de pensamientos o imágenes que surgen durante el día.
Hoy leí una idea que quiero compartir con ustedes. La escritora Genee Roth, quien escribe sobre nutrición, emotional eating y trastornos de la alimentación, dice -palabras más, palabras menos- que:
"La manera en la que comemos es la manera en la que hacemos todo. La comida que está en nuestro plato nos habla de cómo nos sentimos acerca de los permisos y las privaciones, el placer y la restricción; la nutrición, la alegría y la confianza en saber cuando algo es suficiente. Nuestro plato nos dice de qué nos sentimos merecedores y cuánto confiamos en nosotros mismos. El mundo está en nuestro plato."
Tengo que decirles que cuando escucho, o leo, un concepto que me impacta de alguna manera, mi mente inmediatamente empieza a buscar ejemplos, rellenar los casilleros con mis propias experiencias y ver cómo lo hace cuadrar en mi vida para convertirlo en herramienta. Se imaginarán que al escuchar esto detuve la lectura, últimamente hago eso: me detengo, le doy un buen pensar a algo y escribo, y le di una rumiada importante.
¿Saben qué pensaba? Pensaba en esos días de "no tengo tiempo para cocinar, galletas de arroz con queso será." En las cenas de atún directo de la lata, con las variantes de duraznos, peras o arvejas directo de la lata. En las ensaladitas que se completan una hora más tarde con dos alfajores. En la comida tirada "para no caer en la tentación". En el dulce de leche que no compro por no tenerlo a la vista... puff. Podría seguir en el lado malo.
Por otro lado, y tal vez más cerquita en el tiempo, recordé la cantidad de comidas super elaboradas que hice sólo para mí, los ingredientes que acarreé por miles de kilómetros para que un día un arroz supiera a vacaciones, las mesas de un plato que tendí y las servilletas que almidoné. Pensé en los placeres que me regalé y las malas decisiones que esquivé. Las manzanas en la cartera, los frutos secos en mi mochila, los pancakes de avena viajeros, los bolsones de verdura orgánica. Ay, qué paz.
La verdad es que nunca lo había pensado como Roth, pero pucha que hay decisiones detrás de cada comida. ¿Y si fuera cierto? ¿Y si mirar nuestra relación con la comida abriera un portal para mirar nuestra vida en su totalidad? ¿No merecería la pena el trabajito de exploración?
Imagínense si de pronto viéramos que no nos dedicamos el tiempo para hacer las compras de la misma manera que no nos dedicamos tiempo para ese hobby con el que hace año fantaseamos. Que no compramos ese salmón que suena a caro de la misma manera que usamos rimel barato del super. Que ese irrespetuoso atún de la lata hace juego con el comentario que toleramos de nuestro jefe. Que no soltar el pote de helado hasta no ver el fondo esperando sentir ese-no-se-qué matchea esa discusión que seguimos teniendo esperando sentirnos comprendidos. ¡La fruta mdre!
No sé, amiguismos. ¿Qué dicen? Yo le voy a dedicar un par de pensamientos durante los próximos días. En lo que a mí concierne, tengo grandes esperanzas de que ponerme en modo investigadora con mi plato me puede ayudar a entender otras chifladeces y quién sabe, ajustar acá y allá. Los leo.//
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