Historias random que me cuenta la gente

Historias random de la vida.

Hoy quiero inaugurar esta sección porque estoy entre sorprendida y fascinada con las historias que la gente me cuenta en las situaciones más nadaquever que hay. Y lo escribo porque dos por tres me encuentro pensando en los relatos de estas personas de las que sólo se eso, fragmentos de su vida, instantes. Instantes que no son "fui al super y estaba todo caro" o "tengo dos perros". No. Escenas de esas que te deberías sentar horas a desmenuzar, pero que en lo limitado del tiempo, los protagonistas se esmeraron por esbozar para... no sé para qué. ¿Para ellos mismos escucharlas en voz alta? ¿Para recibir una opinión? No sé bien.

En realidad, siempre pensé que terminaría escribiendo un compilado de historias de taxistas, Uber drivers y otros choferes, porque tengo miles muy muy increíbles. Digo, historias complejas, cargadas de personajes interesantes e hilos narrativos interesantísimos, dignas de ser escritas. Hubo situaciones en las que casi quise pedirles su Instagram para preguntarles cómo siguieron sus vidas, pero supongo que me enteré de lo que me tenía que enterar y ese es mi premio y mi castigo.

Tengo que decir que también debato un poco conmigo misma sobre compartir estas historias porque surgieron en momentos privados, pero llegué a un arreglo y, teniendo en cuenta que probablemente nadie lea esto, las voy a escribir. Un poco para mí, para no olvidar, y un poco para el mundo, para saber. E insisto, porque esta asombriscinación no me entra en el cuerpo.

Voy a empezar con una que es muy cortita, pero tan tan salida de la nada que aún no la digiero y me hizo pensar en lo mal que resolvemos a veces nuestras situaciones y como pueden acecharnos por el resto de la vida. Por Zeus quisiera que alguien más me dijera que le pasan cosas similares para no estar sola sintiéndome entre chusma y chiflada.

Hace un tiempo necesitaba llamar a alguien para hacer un par de arreglos muy sencillos en una casa que tenemos. ¡Qué nivel de privacidad! en mi mente siento que quiero decir dónde, cuándo, en qué piso y la marca de la canilla que se movía para todos lados y hacía que lavar los platos sea una tarea imposible. Venía esquivando el llamar a alguien porque me resulta una situación un poco estresante tener a alguien relativamente desconocido dando vueltas por toda la casa, por eso junté varias cosas rotas y un poco de coraje y lo llamé. Al Sr. Arreglador, digamos.

El Sr. Arreglador ya había trabajado para nosotros algunas veces, pero esa era toda la relación. Llegó puntual con su mochila e intercambiamos los saludos normales, el silencio incómodo del ascensor y los agradecimientos por venir/contratar. Eran las 9 de la mañana y justo antes de que él llegara yo había puesto en el horno una torta de mandarina. Para cuando abrí la puerta ya salía un aroma a hogar delicioso que se mezclaba con el café de hacía un rato y unas bocanadas de suavizante por la ropa en el tender recién colgada. Parece una pavada, pero para mí tuvo que ver.

En un movimiento absolutamente normal y previsible le muestro la canilla del demonio que había que acomodar y me dice: "Si creyera en esas cosas, diría que estoy... ¿cómo se llama? Engualichado." Cualquier humano consciente hubiese seguido con su vida, pero yo, humano divergente le pregunté por qué decía eso, y me relata una serie de eventos desafortunados a lo Lemony Cricket. Que el auto tenía el cuchuflo pinchado, que se había quemado con ácido tatatá, que un fulano lo había estafado, que la Panamericana se atascaba cada vez que él la tomaba y cosas así. "¡No crea eso, Sr. Arreglador! Son rachas. Ya va a ver que le salen cosas buenas.", dije yo.

Arreglada la ex-canilla endemoniada, lo siguiente era cambiar el artefacto de iluminación del baño. Un baño interno, sin ventanas. Corta la luz y se pone a trabajar como por dos minutos y me llama. Claro, no había luz y tenía que desinstalar el artefacto viejo sosteniendo la linterna del celular. Me dice, "¿le molestaría sostenerme la luz?" Recapitulemos: baño de 1,50 x 2, mínimo como la casa de Pulgarcita, un tipo de 1,90 x 70, la luz cortada, y yo.

Estando ahí parada como la Estatua de la Libertad, iluminando al mundo, pensaba en qué botella de shampoo me serviría de arma si la situación se complicaba. Silencio. El halo de luz del Motorola caía sobre la maraña de cables arriba del espejo y eso era todo lo que realmente puedo describir visualmente en ese momento. Los que me conocen saben que el silencio me da ansiedad, pero más ansiedad me daba la lista de temas de las que se puede hablar en un baño a oscuras con un tipo desconocido. De repente, el silencio se rompe con la frase anticipatoria más aterradora: "¿Sabe lo que me pasó anoche?"

Laura en silencio y él arranca:

"Cuando tenía 17 o 18 años yo tenía una novia, allá en mi país."

Silencio.

"Un día... cae tornillito a la pileta, pone la toalla de visitas sobre el desagüe, un día, la fui a buscar a la casa y no estaba. entonces me quedé esperando en la vereda de enfrente, un poco alejado, debajo de un árbol frondoso que había. Cuarenta y cinco grados hacían y yo volvía de trabajar...

Ella no llegaba y yo tenía sed, calor, estaba cansado. No me quería ir porque era lejos mi casa y quería verla." Corta cable, corta cinta aisladora, pega.

"Después de esperar mucho tiempo, la veo llegar con otro tipo, ahí abrazados, estaba con el tipo, obvio. La vi, y yo ya sabía. Y entraron a la casa. Usted ya sabe.

Me fui caminando despacio y no la vi nunca más. Me vine a la Argentina y no supe más.

Tengo 59 años y ese recuerdo me sigue hasta hoy. Me despierta de noche y mi cabeza lo repite y lo repite. Ponga la luz más arriba, señora." Aprieta los tornillitos minúsculos.

"Y yo creo que viví toda la vida con ese puñal y ahora que estoy grande no lo puedo soportar. Páseme las lamparitas."

Chk chk chk, esa es mi onomatopeya de enroscar lamparitas.

"¡Mire qué hermosa luz tiene ahora!"

 

No pude decir, bah, creo que no había nada que decir sobre la situación. Al menos nada que se resolviera en un par de oraciones y no abriera la puerta de Narnia. Estaba un poco en shock de ver a este hombre de 1,90 x 0,70 perseguido por esa situación que pudo haber tenido otro final, y un poco aliviada de que terminara.

Bajamos y el olor a torta de mandarina era embriagador. La saqué del horno mientras juntaba sus petates y le pregunté cuánto le debía.

Le di su dinero y algo extra y le dije a este señor enorme, un poco roto igual que todos, que todo iba a estar bien y que no todo salía mal, que hoy había hecho mi casa más linda.